sábado, julio 22, 2006

MERCOSUR: EL RUIDO Y LAS NUECES

MERCOSUR, EL RUIDO Y LAS NUECES
Héctor Casanueva

Esta ha sido la más ruidosa de las treinta cumbres del Mercosur, por la presencia simultánea de Castro, Chávez y Morales, y las disputas bilaterales precedentes entre varios de sus miembros y asociados. Sin embargo, una cosa es el ruido y otra las nueces, y no hay que dejar que lo uno impida ver lo otro.

Primero, es claro que los presidentes de Cuba y Venezuela son siempre atractivos para la prensa y están dispuestos a representar el rol que se espera de ellos, pero otra cosa es Evo Morales, cuyo protagonismo natural tiene bases diferentes. El presidente boliviano no se pierde en la retórica, va a los hechos y maneja su agenda sin pretensiones de ir más allá del objetivo de su presidencia. En la entrevista publicada el jueves 20 por el diario chileno La Tercera revela gran sensatez y fineza política para tratar temas delicados, combinando muy bien la astucia de la razón con la razón de la astucia. Con este tipo de aproximación a las cuestiones regionales, uno puede suponer que Morales no se va a sumar a ningún proyecto geo-político que ponga en riesgo el delicado equilibrio geo-económico con su entorno. Por eso se equivocan quienes se han apresurado a afirmar –basados en el ruido, las fotos la retórica- que ahora en la región se ha instalado una especie de trilateral de izquierda entre Caracas, La Habana y La Paz, y que a partir de esta reunión el Mercosur va a derivar hacia una política confrontacional con las grandes potencias.

Segundo, el Acuerdo de Complementación Económica (ACE) suscrito en esta reunión por Cuba no es una novedad, ya que este país es miembro pleno de la ALADI desde 1999, que es el marco institucional de estos convenios comerciales del Mercosur con terceros países, y son acuerdos que carecen de relevancia política. Colegir por tanto que por la firma de este ACE, Cuba está de lleno en el Mercosur es un error, pero además una extrapolación que enrarece las verdaderas dimensiones de esta relación. Es más, Cuba no puede ser ni siquiera miembro asociado del Mercosur -como lo son Bolivia, Chile, Perú, Colombia y Ecuador- porque existe la cláusula democrática mercosuriana que exige para estos efectos la vigencia de un régimen democrático homologable.

Tercero, la incorporación plena de Venezuela le va a dar mayor densidad política al Mercosur, pero al mismo tiempo va a complicar algunas cosas importantes, como el perfeccionamiento de la Unión Aduanera, así como otros urgentes desarrollos institucionales, y obligará a una redefinición de materias para la pendiente negociación con la Unión Europea. Por lo tanto, no habrá mucho espacio para atender a la especulación y la retórica. En este sentido Brasil, que tiene la presidencia este semestre, jugará un rol fundamental para fijar los parámetros del Mercosur ampliado y un derrotero preciso para evitar que se le reste profundidad al proceso.

Cuarto, se debe considerar en su justo valor, también, las decisiones que viene tomando el Mercosur desde el 2000, que si bien son pocas, escasas y lentas, apuntan a resolver las dos cuestiones centrales: la solución de controversias y el tratamiento de las asimetrías, además de perfeccionamientos del mercado común y la inclusión progresiva de materias sensibles como las compras públicas o la libertad de establecimiento.

Quinto, Brasil es y seguirá siendo el eje articulador, y está demostrando mayor voluntad política para ir a los temas centrales. Pero además, con la incorporación de la Venezuela de Chávez, se verá especialmente acicateado para hacer sentir su peso de potencia-eje y fuerza centrípeta del Mercosur, y en especial, ejercer un importante rol de moderador para mantener el rumbo y que el Mercosur no se escore.

Finalmente, en lo que a Chile respecta, podemos agregar un dato esencial que no debe ser olvidado: el Mercosur es, pese a todo, el segundo esquema de integración del mundo por tamaño y potencialidad comercial, Chile hace bien -en línea con la Unión Europea y otros países- en mantener su vinculación política y comercial con el bloque, que representa cerca del noventa por ciento del PIB y del comercio latinoamericano. Por eso, si todos los actores damos con serenidad una mirada estratégica –y no coyuntural o ideologizada- distinguiremos el ruido de las nueces. Si al mismo tiempo somos proactivos en nuestra política exterior, podremos contribuir al perfeccionamiento del Mercosur, lo que irá además en nuestro propio beneficio, para resolver regionalmente cuestiones tan cruciales como el suministro de energía y la infraestructura que nos conecta al Atlántico.


Santiago de Chile, Julio de 2006

domingo, julio 16, 2006

LA POLÍTICA EN LOS NUEVOS TIEMPOS

LA POLÍTICA EN LOS NUEVOS TIEMPOS
Por Héctor Casanueva
(Revista Política y Espíritu, Chile)

Intentaré señalar en este artículo, como uno de los testigos y actores que fui del reciente proceso electoral chileno, algunos elementos centrales de lo que significa hacer política en los nuevos tiempos. Lo escribo basado en mi constatación objetiva del profundo cambio que se ha producido en la percepción de la ciudadanía -fenómeno que no sólo se da en Chile sino en todas partes- sobre la representación política, el papel de los partidos, el rol de los parlamentarios y el sentido del voto. Veamos:Primero, la función de representación política propia del sistema de partidos ya no es entregada por las personas solamente a éstos. Se ha producido una diversificación de actores políticos que disputan e incluso superan a los partidos en la tarea de expresar las necesidades, inquietudes y problemas que aquejan a los grupos sociales, núcleos familiares y personas individualmente. Ha habido una emergencia de ONGs, de colectivos ciudadanos agrupados en torno a los más variopintos intereses y vocaciones, de grupos inorgánicos pero muy activos de vecinos en torno a problemas puntuales, y en general una movilización social para ocuparse de sus problemas. Durante nuestra campaña, uno de los ejes centrales tuvo que ser precisamente el contacto “reflexivo” con estos grupos, con las ONG, clubes y colectivos de base, los que se planteaban frente a nosotros con un fuerte sentido de la igualdad y la dignidad, con claras exigencias y reclamos, y una casi unánime sensación de estar postergados en sus demandas, aun reconociendo los avances logrados. Segundo, hay una nueva relación de la gente con el poder, que nace por tres causas complementarias: • El cierre de los espacios de expresión política y comunicacional ocurrido durante la dictadura, prohibidos los partidos y censurada la prensa, obligó a las personas a buscar formas de organización y generar capacidades endógenas de análisis de la realidad y de expresión de sus problemas y necesidades, desconfiando sistemáticamente de la autoridad, desconfianza que alcanzó incluso a la idea misma de la función de los partidos y que se refleja hasta hoy en una bajísima –pero objetivamente muy injusta en el caso de Chile- estimación ciudadana por el desempeño de la autoridad y de los políticos. Esta misma situación se da también en sociedades que aunque no han tenido dictaduras, el sistema político no ha sido capaz de canalizar y resolver los problemas de la gente.• La incapacidad de los partidos, una vez recuperada la democracia, para abrirse a estas expresiones ciudadanas e incorporarlas en su trabajo cotidiano, venciendo la desconfianza existente hacia cualquier forma de autoridad. Ha existido objetivamente un cierre corporativo en los partidos, constituyéndose en especies de clubes de iniciados, en que los mismos rostros se repiten a lo largo de los años y para los que el ejercicio del poder -independientemente de que lo hayan ejercido bien o no, ese no es el tema en este artículo- pasa a ser una especie de patrimonio perpetuo que se reparte entre los iniciados. La “movilidad política” al interior de los partidos ha sido escasa, y para los pocos actores nuevos que lo consiguen, la única forma de emerger y situarse políticamente es la adhesión a la nomenclatura, o transformarse en outsiders contestatarios per se, lo que atenta contra la idea misma de partido político. • La mayor cobertura que los medios de comunicación -especialmente la televisión- dan a los problemas concretos cotidianos de la gente a nivel micro, unida al surgimiento del Internet, que sin dudas democratiza cada vez más la comunicación pública. Esta amplia visibilidad de la problemática social más impactante, junto a la apertura de espacios de expresión en los medios para que las personas comunes y corrientes canalicen sus opiniones, exijan soluciones a sus problemas e incluso expresen sus iras y frustraciones, produce un fenómeno de prescindencia de la intermediación. Van más rápido y más al fondo que los partidos. Es una suerte de democracia ateniense que se vive a través de los medios de comunicación abierta. Surgen además, como en España en los 70, las “radios libres”, los canales de TV de barrio, realidades a las que los medios institucionalizados, y los propios políticos, se ven obligados a abarcar también y convivir e incluso interactuar con ellos. Tercero, en la sociedad chilena, especialmente en los sectores urbanos y semi-rurales, se produjo el cambio del “menú de demandas”, que como la ciencia económica indica, siempre son crecientes y progresivas, frente a recursos limitados. En efecto, la población, en especial la llamada clase media -una amplia gama que va desde obreros semicalificados hasta profesionales- ahora demanda mayor calidad en bienes y servicios, más respeto por sus derechos, y mejor atención por parte del Estado. Por ejemplo, las viviendas sociales a las que fueron erradicados los campamentos representaron un avance, pero siguen siendo insuficientes en tamaño y servicios. El acceso masivo al equipamiento del hogar y al automóvil, demanda, asimismo, espacios más amplios. Hay mayor exigencia de que los espacios públicos sean amables, acogedores, con áreas verdes, iluminados, seguros. En nuestra campaña pudimos ver sectores en Huechuraba o en Cerrillos cuya infraestructura comunitaria era mínima o inexistente, donde estaban enclavados bloques de departamentos de 40 metros cuadrados con cinco o más personas soportando 33º de calor. Desde luego, todo era mejor que el campamento, pero satisfecha la necesidad básica de techo, emergen las siguientes.Cuarto, el efecto demostración y el agravio comparativo consiguiente que se produce por la masificación de la TV y el crecimiento del cable y la Internet, han generado una revolución de las expectativas sociales. La publicidad inunda los hogares más humildes con propuestas inalcanzables y difunde paradigmas estéticos y de bienestar económico claramente discriminatorios e irritantes, que generan un sentimiento de impotencia en la mayoría de la población, especialmente en los sectores denominados “C2 y C3”.Quinto, ante esta nueva percepción y realidad político-social, se ha instalado con mucha mayor fuerza que en el pasado, y de manera irreversible, la demanda por dignidad y trato igualitario, es decir, por el respeto a las personas. Ya no se trata sólo de pedir soluciones a problemas materiales, sino de exigir trato igualitario. La sensación de ser siempre postergado, de que los “apitutados” siempre se saltan la cola y los tiempos de espera, de que no todos llevan la misma carga está ya muy arraigada, y de que los privilegiados son los que están en el poder, digan lo que digan, incluyendo en esto a los políticos. A ello hemos contribuido, sin dudas, los propios políticos, a quienes se elige para que defiendan los derechos de las personas y en cambio se les ve muchas veces preocupados de temas ajenos a la cotidianidad ciudadana y disfrutando de los beneficios y privilegios que da el poder.En el contexto de lo señalado hasta aquí, desde luego que la clásica teoría de la representación política que todavía manejan nuestros partidos salta por los aires. Ni siquiera el “cosismo” de Lavín es capaz de responder al fenómeno, puesto que el cambio de la relación ciudadano-partidos-autoridad va más allá de demandas materiales y tiene que ver con una demanda por una “cultura de la igualdad” que permee y traspase el todo y las partes de la sociedad, con la gente como protagonista, a cargo del poder, intermediada por partidos y múltiples organizaciones, más o menos estructuradas, sólo en cuanto éstos encarnen esa cultura y se hagan cargo en los hechos, de manera cotidiana y visible, tanto de la construcción de una convivencia justa y digna -el viejo “bien común”- como de solucionar y anticiparse a los problemas de las personas. Incluso esta nueva percepción ciudadana, como ha quedado demostrado en varias ocasiones, es capaz de entender, justificar e incluso perdonar errores o deficiencias en la función pública, siempre que perciban al mismo tiempo que hay un efectivo esfuerzo y un real interés, auténtico, con la transparencia y la búsqueda de soluciones. Es decir, en esta nueva relación se premia el compromiso genuino además de los resultados, en un marco de una cultura de la igualdad de la que surjan las soluciones. No basta con entregar viviendas, si estas y su entorno no cuentan con una homologación básica con los parámetros de igualdad que protegen la dignidad de las personas. No basta con declarar a la gente “representada”, sino que ésta quiere sentirse efectivamente representada. La gente conceptualiza, por lo tanto, la función política de una manera distinta a como esta actividad está institucionalizada, y distinta también a como lo entiende la mayoría de los partidos y sus actores. De ello derivan nuevas y diferentes demandas, que ya en la campaña del 2005 tuvieron evidentes consecuencias electorales. Al respecto anotemos algunas consideraciones:Primero, las personas entienden que la labor de un parlamentario es primordialmente la de proteger, defender y representar sus derechos ante la autoridad, canalizar la solución de problemas específicos, y secundariamente la tarea legislativa propiamente tal. Es decir, en lugar de la clásica función de elaborar las leyes teniendo en cuenta a los representados, se pasa a exigir a los parlamentarios una tarea casuística -que corresponde a jefes de servicio, a alcaldes y concejales- y a la vez una función forense de defensa de derechos ante la autoridad. Frente a esta realidad, se produce un dilema en los parlamentarios: o se dedican a legislar conscientemente, para lo cual es preciso estudiar mucho, trabajar en comisiones especiales, elaborar propuestas de alta complejidad, o tomar la tarea legislativa con menos rigor, pero dedicar la mayor parte de su tiempo a la casuística exigida por los electores. Y para los candidatos al parlamento, la alternativa es claramente la de auscultar los problemas específicos y comprometerse a su solución aún a sabiendas que no es precisamente su función. Ejemplos claros de las consecuencias de esto han sido, invariablemente, las derrotas de buenos legisladores, que cumplieron a cabalidad la función que les exige la Constitución, y de candidatos que no estaban dispuestos a prometer un desempeño que en realidad legalmente no les corresponde, y por ende no han sido tan activos en atender esa casuística que las personas consideran que deben ser cubiertas por el parlamentario. Solucionar esta dicotomía es una de las tareas que deben acometer los partidos y la propia institución parlamentaria, sin caer en la tentación de avalar esta distorsión con el fin de captar votos, sino más bien generando una pedagogía política que sitúe cada cosa en su lugar, atendiendo al nivel que corresponda las demandas reales de la gente. Segundo, el ejercicio del poder a través del voto va pasando progresivamente del “voto-premio” a la labor realizada por un alcalde, concejal, parlamentario o autoridad electa, al “voto-expectativa” respecto de lo que puede llegar a hacer en su beneficio un determinado candidato. Cuando en un político coinciden una buena labor cumplida y buenas propuestas, confluyen el voto-premio con el voto-expectativa y le va bien. Pero la sola trayectoria no basta, así se demostró en las elecciones pasadas aunque estemos de acuerdo en que es injusto. El voto-expectativa va mayoritariamente, por ejemplo, hacia candidatos jóvenes y nuevos rostros, candidatos no tradicionales surgidos de otros colectivos y no sólo de los partidos, y también hacia figuras públicas –del sector privado e incluso de la farándula- a las que por su presencia mediática se les suponen determinadas cualidades o simplemente generan empatía con los electores. Las supuestas capacidades que se les atribuyen por este solo hecho, muchas veces no se ven reflejadas en la labor posterior, pero los partidos tienen la tentación de incorporar este tipo de figuras, con la sola intención de captar mas votación. En este tema, sin dudas que la alta exposición mediática es un plus, aunque no sea garantía de competencia. Existe también, eso sí, el voto-castigo para quienes han defraudado las expectativas. Pero he ahí un problema muy serio: la gente quiere promesas respecto de cosas que no está en las manos de los parlamentarios resolver. No obstante, si el candidato no las hace, no es elegido. Como no las cumple, será castigado en la próxima elección. Tercero, la exigencia de que el parlamentario se erija en defensor cotidiano y casuístico de los derechos de sus representados frente a la autoridad y en general frente al poder, sea éste político o económico, va generando el síndrome del “Robin Hood”, o sea el parlamentario que embiste a nombre de los ciudadanos en contra de la autoridad y de los poderes fácticos, ya sea denunciando o exigiendo, sin demasiada prolijidad, muchas veces de manera injusta o exagerada, pero con un fuerte apoyo mediático que lo presenta ante la ciudadanía como un paladín de la justicia, al que incluso -como lo demuestran encuestas y focus group realizados en la campaña- se le perdonan estas faltas de prolijidad o excesiva exposición, porque en definitiva es “la voz de los que no tienen voz”, y porque la gente quiere sentirse defendida e incluso interpretada en su “bronca” frente al poder. Es un tema de difícil manejo para los partidos, porque en la representación está comprendida, sin duda, la defensa de los derechos de los representados, así ha sido siempre, y con mayor razón incluso en momentos dramáticos de nuestra historia. De manera que no se trata de desconocer esta obligación política, pero si de evitar que se desnaturalice y trivialice al punto de transformarse simplemente en un medio para ser elegido y mantenerse en el poder. Si de todo lo expuesto se pudieran sacar algunas conclusiones útiles para los partidos y para los políticos, que tienen escasa credibilidad y son mal evaluados, habría que decir resumidamente lo siguiente: 1. Que necesitan transformar sus estructuras obsoletas para dar cabida a los nuevos actores que emergieron. Ello implica una nueva orgánica, más ágil, especializada y con movilidad interna.2. Mejorar el sistema de movilidad interna para el surgimiento de nuevos y mejores dirigentes y de candidatos de calidad para la función pública.3. Incorporar en sus programas los nuevos temas de la agenda ciudadana y de la compleja realidad del siglo XXI.4. Aplicar en su trabajo cotidiano la trilogía “propuestas-compromiso-testimonio”.5. Abocarse decididamente a generar una pedagogía política que valore y sitúe la función pública en la estimación ciudadana como uno de los activos del país.6. Modernizar su gestión y hacerse cargo de las nuevas formas de relación con los ciudadanos, poniendo especial atención a la fuerza de los medios de comunicación, incluyendo la Internet. En esto no cabe la improvisación ni la figura del político genial, ni de la genialidad “spot”, sino un uso profesional de los medios para llegar mejor al ciudadano.7. Establecer sistemas de evaluación y control del desempeño de sus representantes en las instituciones del Estado.8. Disponer de equipos técnicos (“Think Tanks) como generadores de propuestas de corto y largo plazo, y de apoyo a la función de los representantes en las instituciones del Estado.

LAS CLAVES DE LA NUEVA EUROPA

Las claves de la nueva Europa
por Héctor Casanueva
(Diario El Mostrador, Chile y El Observador, Uruguay)

El desafío asumido por los europeos con su ampliación tiene varias dimensiones. La económica, que sin duda plantea serias dificultades de adaptación de los nuevos miembros al Mercado Único y a los parámetros de la Unión Económica y Monetaria. Se integrarán progresivamente, proceso que será probablemente bien administrado, con problemas naturalmente, pero superables al haberse preparado ambas partes durante años mediante los Acuerdos de Asociación que tenían por finalidad, precisamente, preparar la adhesión en el terreno económico, financiero y comercial. La dimensión cultural, sin dudas un factor clave, básico, para avanzar en la formación de una “convergencia de identidades” que coexistan en un marco cultural común europeo. No será muy difícil, si tenemos en cuenta que los llamados “PECOS” (Países de Europa Central y Oriental) siempre formaron parte de la cultura europea, aún con sus especificidades, de la que los regímenes comunistas nunca pudieron apartarlos, y que afloró rápidamente nada más producirse la caída de dicho sistema. Una tercera dimensión es la seguridad común, tanto dentro como fuera de sus fronteras. Para ello también ha existido un proceso preparatorio, tanto de reforzamiento del llamado “pilar europeo” de la defensa, como de la política exterior y de seguridad común, y sobretodo de una delicada y cara operación previa de ampliación de la OTAN a los países de la Europa central y oriental antes miembros del Pacto de Varsovia, mirada muy de cerca por Rusia y por los propios Estados Unidos, aunque de diferente forma obviamente. Estos tres ámbitos sistémicos quedan enmarcados en lo que a mi juicio resulta ser el factor que abarca y posibilita todo el proceso de la construcción europea moderna. Me refiero a la dimensión política, es decir, la articulación y sintonía de realidades disímiles y asimétricas en función de un proyecto común y de una meta compartida, planteada desde los orígenes por los padres de la nueva Europa como un espacio de paz, cooperación y desarrollo para todos los europeos -de uno y otro lado de la cortina de hierro- propósito que se ha mantenido a lo largo de estos años. La integración no puede ser asumida sino como un proceso político con base económica, y la experiencia europea lo demuestra. Pero además debe ser entendida como una apuesta solidaria por un mejor futuro basado en el bien común internacional. Y no ha sido fácil llegar a este momento, luego de haber pasado períodos duros de “europesimismo”, “euroescepticismo” y alguna “euroesclerosis”, que fueron superados gracias a la sobredeterminación política impulsada por grandes líderes y partidos comprometidos desde una base ético-política fundada en el humanismo. El desafío de la integración –y de manera más amplia la construcción de una verdadera comunidad internacional- no es distinto para los latinoamericanos o los estadounidenses. Del mismo modo que en Europa en estos años se ha dado una lucha entre concepciones individualistas y comunitarias, en otras sociedades se verifica similar tensión. Quienes se oponen al ALCA y al libre comercio en Estados Unidos, o aquellos que en Latinoamérica prefieren mantener la desunión o no creen en el bien común regional, y que por lo demás rehúsan asumir dentro y fuera de sus sociedades un compromiso efectivo con la lucha contra las desigualdades y la pobreza, no son diferentes a aquellos ciudadanos europeos a los que la integración siempre les ha incomodado porque les exige sacrificios en beneficio de los demás. La integración europea avanza irreversiblemente, y da muestras de que sí es posible conciliar los intereses nacionales con los de un espacio común. Ese es un valor añadido de la integración europea para la humanidad: haberse constituido en la medida por la que todos, europeos o no, podremos saber si es posible frenar la lógica invasiva del egoísmo y volver a situar la solidaridad como la base de toda convivencia entre los pueblos. Ese proceso, con vicisitudes, altibajos, avances y ralentizaciones, contiene elementos asombrosos de sensatez política y audacia. No es sencillo armonizar -como vemos en nuestra propia región- las economías y los intercambios. Pero más difícil aún lo es cuando existen muchos idiomas, disímiles culturas y costumbres, y asimetrías en el desarrollo. Siendo el punto de partida nada menos que la devastación de Europa. ¿Cuáles han sido las claves? Sin lugar a dudas la primera de ellas, de una simplicidad asombrosa, es la de haber comenzado integrando lo integrable. Es decir, partir por aquello que ofrece menores resistencias y mayores potencialidades prácticas con resultados a corto plazo. La segunda, una apuesta decidida e intransable por radicar en los agentes económicos y en la libre competencia el impulso creador de riqueza, preservando el rol regulador y compensador del Estado para asegurar precisamente la libertad económica.

Tercera, establecer unos mecanismos que garantizan siempre acuerdos sobre mínimos comunes, para que cada paso que se de resulte irreversible. Cuarta, la búsqueda desde el origen de una cohesión económica y social entre grupos y regiones. Quinta, la creación de un marco jurídico común básico, con sus mecanismos de desarrollo normativo progresivo según las circunstancias lo requieran. Y sexta, la generación de un basamento cultural. Sin una cultura común -que no es lo mismo que una cultura única-, cualquier proceso de integración fracasará. Por eso se ha ido fundando en masivos intercambios de universitarios, profesionales y técnicos, junto a una audaz e imaginativa política comunicacional que ha logrado -pese a todo- hacer de la unificación europea y de la “idea” de Europa -y de la ciudadanía europea propuesta por España y recogida en Maastricht- instalar en la opinión pública a tal punto esa idea, que los ciudadanos no rechazan la posibilidad de un presidente de Europa que no fuera nacional de su país. Como recordaremos, el Tratado de Maastricht -que creó la Unión Europea- se suscribió y entró en aplicación paralelamente al vertiginoso desarrollo de los sucesos del Este. Nadie había sido capaz de prever dichos acontecimientos, ni menos aún la velocidad con que se iban produciendo. En menos de dos años, lo que va de 1989 a 1991, el panorama político, institucional y económico, así como la configuración geopolítica de la Europa Central y Oriental, y de la propia URSS, habían cambiado dramáticamente. La nueva realidad planteaba nuevas exigencias, y requería de nuevas respuestas. Esas respuestas se han ido perfilando y se acaba de concretar una muy contundente con la incorporación de los PECOS. Resta nada menos que decidir sobre la unión política mediante una Constitución en la que las consideraciones históricas, geopolíticas, económicas y culturales tienen su peso específico al “inventar” el modelo que mejor permita que todos quepan en él y a la vez funcione. Ante la trayectoria de Europa, reconociendo por cierto las grandes diferencias entre nuestras realidades, es importante que los latinoamericanos observemos allí los elementos metodológicos susceptibles de ser asimilados para impulsar nuestros esfuerzos integracionistas. Al mismo tiempo, es fundamental que nuestras universidades, nuestros empresarios, los comunicadores, funcionarios gubernamentales, dediquen parte de sus preocupaciones al estudio y seguimiento de la integración europea. Así sabremos determinar las estrategias que nos permitan aprovechar los espacios en Europa para promocionar nuestra imagen, colocar nuestros productos en ese mercado gigantesco, aprovechar sus políticas de cooperación al desarrollo y establecer las alianzas que nos permitan negociar mejor nuestra inserción en ese bloque. Para todos los escépticos de la integración, viene al caso recordar aquí que cuando los llamados “padres de Europa” plantearon la suscripción de un Tratado para crear una Comunidad Europea hubo un canciller -precursor sin dudas de los “euroescépticos”- que sentenció rotundo: “ese Tratado nunca se suscribirá. Y si se suscribe, nunca se aplicará. Y si se aplica, nunca funcionará”. Hoy, luego de medio siglo de paz, la Unión Europea es la primera potencia comercial del mundo y un actor político cada vez más relevante. Todo hace pensar que llegaremos a ver en el mediano o el largo plazo lo que vaticinaron Kohl y Miterrand en su encuentro en La Rochelle en 1992: una Europa con un mercado único, una moneda única y unida en lo político, con instituciones supranacionales y con un Presidente de Europa.

LA IDEA DE UN GOBIERNO MUNDIAL

La idea de un gobierno mundial
por Héctor Casanueva
(Diario El Mostrador y Revista Política y Espíritu, Chile)

La necesidad de avanzar hacia una forma superior de organización política mundial, como garantía de la paz, la libertad y el desarrollo, tiene plena vigencia en estos momentos en que el mundo enfrenta grandes dificultades de los instrumentos políticos y comerciales del orden internacional. Tenemos, entre muchos, dos ejemplos concretos: uno, la impotencia de la ONU ante el problema del Oriente Medio. Otro, el estancamiento de las negociaciones de la OMC para liberalizar el comercio. Ambas cuestiones tienen directa relación entre sí, ya que remiten a lo mismo: la exclusión y la marginalidad de unos respecto de otros. Y en ambos casos, la incapacidad de los organismos del sistema multilateral para canalizar soluciones viables y aceptables por todos. Este tema fue atención preferente, entre otros pensadores, de Jacques Maritain en sus reflexiones motivadas por el drama de las dos grandes guerras que la comunidad de naciones no pudo impedir. Medio siglo después de escrito El hombre y el Estado, tienen plena vigencia el análisis y las propuestas maritainianas sobre el curso de evolución –o “involución”, según se mire– de la organización mundial. Si bien las causas profundas que dan origen a las crisis siguen y seguirán presentes –porque forman parte de la propia naturaleza humana– el problema es que no se ha encontrado la forma de articular las asimetrías y las inequidades en un proyecto común que las supere en plazos humanamente razonables y, al mismo tiempo, pueda generar un desarrollo comprensivo y no excluyente. De hecho, la gran paradoja del progreso iniciado con la revolución industrial y reafirmado con la revolución digital, que se suponía iban a resolver todos los problemas, es que la gran capacidad de producir bienes y servicios a que se ha llegado –cuyo potencial supera incluso la demanda hipotética de toda la población mundial– produce de manera necesaria una acumulación en un sector de países, y de grupos dentro de los países, y una progresiva marginalidad de los demás. ¿Cómo se explica esta situación y por qué no es posible ponerle remedio en una perspectiva global ? Lo primero es tener claro que el sistema internacional es sólo el reflejo de lo que los Estados están dispuestos a aceptar que sea. Y ello se mantiene así porque existe, siguiendo la reflexión de Maritain, un problema de concepción básica de lo que es una “comunidad internacional”. Para el filósofo la cuestión esencial está en que se ha extrapolado a nivel internacional la idea de la soberanía de los Estados, como si éstos, en lugar de ser una construcción jurídica, fueran “personas” y en consecuencia dotados como aquellas de derechos naturales anteriores a cualquier estructura. Por lo tanto, si el sistema internacional se sostiene sobre la idea de una agrupación de Estados soberanos, cada uno de los cuales pretende tener derechos inalienables que colisionan necesariamente con los de los demás Estados, no hay posibilidad de llegar a una convivencia equilibrada, que garantice los derechos de todos sin un poder supranacional mundial legitimado socialmente que custodie el bien común, ya que cuando las soluciones no son del gusto de uno de los Estados, éste –que se siente con derechos de persona, y por lo tanto irrenunciables e intrínsecos– no las acata porque lesiona su propia existencia; de ahí la hegemonía de hecho –y en el caso de la ONU de derecho– de determinados Estados sobre otros. En la convivencia societaria las personas –sujetos de derechos naturales–, junto con construir una cultura cívica que autolimita el ejercicio absoluto de sus derechos, se someten a una organización común –el Estado– que dirime los conflictos y a la que se le entrega el poder monopólico de la fuerza para hacer cumplir lo dirimido. Y está en la base de ese contrato social el que nadie puede estar por sobre la ley, para dar entonces garantía de equidad. Esto se cumple en el caso de las sociedades democráticas. Pero la cuestión está en que como hemos creado un sistema internacional basado en el relacionamiento de Estados (que son a estos efectos cada uno la representación jurídica de su sociedad frente a otros Estados, pero no la sociedad misma, y por lo tanto no pueden dar cuenta de su diversidad, aunque actúan como si fueran una sola persona, unívoca, arrogándose una soberanía individual única como tal), éstos se colocan en una posición irreductible igual a la de una persona, y a la vez apelan al principio de la soberanía absoluta de la que ni siquiera las personas gozan, ya que éstas redimen parte de su libertad absoluta en función de un bien común, ya sea por propia voluntad o por una coacción cultural y jurídica, lo que los Estados no están dispuestos a ceder. De tal modo que las cuestiones centrales de la convivencia mundial –la paz y el desarrollo– no son posibles de alcanzar en la medida que dependen de decisiones entre Estados con intereses contrapuestos, o al menos divergentes, que cuando se ven en la obligación de ceder su soberanía absoluta y limitar su libertad en cuanto tales, reaccionan en contra de los parámetros del sistema, o acomodan éste a dicha eventualidad para no tener que hacerlo. Según Maritain –y en esto me parece que ilumina conceptualmente el problema– hay que distinguir entre una teoría “meramente gubernamental” de la organización mundial, y una teoría de la “plenitud política del cuerpo político mundial”. En este sentido, de lo que se trata es de que si entendemos por una organización o gobierno mundial un ente que es producto de una analogía del Estado respecto de los individuos extrapolada a la de un super-Estado sobre los Estados nacionales –teoría meramente gubernamental– no sólo no tiene viabilidad por lo antes expuesto, sino que estaríamos generando las condiciones para un superimperio asentado en la fuerza y la hegemonía de los Estados poderosos que terminan por imponerse. Por el contrario, basados en la teoría de la plenitud política del cuerpo político, es decir, radicando como es debido la soberanía en el pueblo, en la sociedad política, podríamos avanzar hacia la construcción de una “sociedad política mundial” o “sociedad política internacional organizada”. En ella, el relacionamiento es transnacional entre las personas, sujetos políticos cuyas realidades, vivencias y aspiraciones se encuentran en el hecho natural de ser miembros de la humanidad y, por ello mismo, la lógica para construir un gobierno mundial sería la misma que en una fase de la evolución llevó a la construcción de los gobiernos locales o nacionales: la agrupación natural de personas próximas y con realidades comunes que se dan una organización determinada y que se expresa jurídicamente. Demasiado audaz, no cabe duda, no sólo en los años cuarenta cuando estos planteamientos fueron formulados por Maritain, sino incluso para este inquietante siglo XXI. Pero la evidencia muestra que el camino que hemos seguido, si bien puede haber sido el único posible, cada vez es menos adecuado a un mundo hipercomunicado y con creciente conciencia ciudadana como lo revelan los movimientos transnacionales de las ONG y tantos grupos contestatarios de esta globalización de escaso protagonismo del pueblo. ¿Por qué sería rechazable desde la racionalidad política más elemental un planteamiento como éste? Sólo lo es desde la lógica del poder máximo vigente, pero si volvemos a las raíces humanas de la organización social, y a rescatar los conceptos de la persona humana, del comunitarismo, de la comunidad de comunidades, es perfectamente imaginable –en un futuro aunque sea lejanísimo– la posibilidad de una sociedad política mundial que se de un gobierno democrático en un estado de derecho mundial. Y no es una utopía –por esencia irrealizable– sino un ideal histórico concreto.

CHILE Y AMÉRICA LATINA, ¿DE QUÉ AUTOEXCLUSIÓN ME HABLAN?

Chile y América Latina: ¿De qué autoexclusión me hablan?
por Héctor Casanueva
(Diario El Mostrador, Chile)

La integración de Chile con los países de América Latina es un proceso deliberado de cuidadosa relación política, económica, social y cultural, que se construye desde una óptica combinada de compromiso histórico, intereses compartidos, realismo y perspectiva de futuro. En el marco de la ALADI -el mayor organismo de integración regional, del que somos fundadores, y que representa en términos globales el 90% del PIB y el 90% del comercio latinoamericano-, Chile le compra más productos a esta región que a cualquier otra región o país en el mundo. Leo con cierta perplejidad que cada cierto tiempo se vuelven a afirmar ciertos lugares comunes respecto de la posición de Chile en América Latina, que ya van siendo recurrentes de parte de un sector minoritario pero relevante de analistas de la región. Digo perplejidad, porque uno tiene derecho a exigir de opinantes ilustrados que sus afirmaciones tengan sustento en la realidad. De lo contrario, también uno tiene derecho a pensar que se podría tratar de prejuicios ideológicos o de interés por minimizar el impacto de la vía chilena para enfrentar la globalización. Me refiero a la insistencia en la supuesta desvinculación de Chile de la región, debido a su política exterior y la estrategia de inserción económica internacional basada simultáneamente en la apertura unilateral, bilateral y multilateral. En efecto, se dice: “.....Chile se autoexcluye. Su política exterior, más sus acuerdos bilaterales, en verdad impiden que pueda ser un protagonista de alianzas de integración regional.” Y se afirma además que “Chile tiene una política de apertura de mercado que impide que participe como protagonista en el proceso de integración de América del Sur.” Quisiera hacerme cargo de estas afirmaciones, con el fin de contribuir al análisis serio de la posición de Chile en un contexto internacional competitivo y complejo, política que en nada perjudica la integración latinoamericana, sino, por el contrario, la potencia. 1.La integración de Chile con los países de América Latina es un proceso deliberado de cuidadosa relación política, económica, social y cultural, que se construye desde una óptica combinada de compromiso histórico, intereses compartidos, realismo y perspectiva de futuro. La histórica variabilidad del cuadro latinoamericano, afectado por una búsqueda, aún no concluida en varios países y en el conjunto, de opciones viables y permanentes para su desarrollo, deriva a nivel regional en coyunturas y altibajos políticos y económicos que a veces se superponen a las visiones de largo plazo, en cierto modo las condicionan, e impiden, en definitiva, una concertación global que, más allá de la retórica, dé sustento efectivo a la aspiración más que centenaria de la unión latinoamericana para fortalecer la inserción internacional. Son numerosas las propuestas concretas de integración que realidades posteriores han mediatizado y debilitado, al punto de poner a algunos países en la disyuntiva de detener su inserción internacional por las limitaciones del conjunto o avanzar por las líneas de menor resistencia, en un relacionamiento global que permita cumplir con el objetivo central de toda política exterior moderna: asegurar internacionalmente el desarrollo de la población. En este contexto y no obstante esas limitantes, se da la opción chilena por una apertura al mundo, pero hecha desde y para la región a la que pertenecemos. 2.En efecto, el compromiso regional no sólo está vigente, sino que actuante. Desde los primeros pasos como naciente república ha quedado plasmada en hechos nuestra vocación latinoamericana, pasando por una vanguardista política de integración llevada adelante en el siglo XX por todos los gobiernos democráticos, primero en la ALALC, en el Pacto Andino, el CECLA, en la tesis de las doscientas millas para preservar el patrimonio del Pacífico latinoamericano, en la creación del Grupo de Río, nuestra pertenencia al Convenio Andrés Bello y el Hipólito Unanue, el Parlatino, y el apoyo concreto a posiciones relevantes del Grupo de los Veinte en la OMC, o la coordinación de algunas posiciones claves con el MERCOSUR en las negociaciones del ALCA. 3.Ya instalados en el Siglo XXI, es preciso considerar el apoyo que damos a la próxima creación del Espacio de Libre Comercio (ELC) en el ámbito de la ALADI al amparo del Tratado de Montevideo, así como nuestra asociación al MERCOSUR, reforzada expresamente al máximo nivel político luego de la Cumbre de Iguazú y de las visitas de este mes a Chile del presidente de la Comisión Permanente del MERCOSUR, Eduardo Duhalde, y del presidente Lula, en las que Chile explicitó su apoyo político al relanzamiento de la integración a partir del MERCOSUR ampliado. Y nuestra activa participación, a niveles ministeriales políticos y técnicos, en todas las instancias de coordinación educativa, desarrollo social, seguridad, cultura, de género, cooperación judicial del MERCOSUR. 4.Una muestra más: somos activos partícipes del IIRSA, para la que estamos planteando fórmulas innovadoras que permitan cooperar en materias energéticas, de infraestructura y financieras. 5.Obras son amores. También nuestro relacionamiento comercial es beneficioso para la región. En el marco de la ALADI -el mayor organismo de integración regional, del que somos fundadores, y que representa en términos globales el 90% del PIB y el 90% del comercio latinoamericano-, Chile le compra más productos a esta región que a cualquier otra región o país en el mundo. Es decir, la región ALADI es nuestro primer proveedor mundial y el destino del 80% de nuestras inversiones. Estamos vinculados sólo en materia comercial por más de 27 acuerdos con los doce países de la ALADI y toda Centroamérica. De tal modo que el desarrollo de Chile no es irrelevante para la región, sino todo lo contrario, y también da muestra del grado de integración real que existe. No es menor que el comercio de Chile con la región representa nada menos que el 25% del total de los intercambios intra-latinoamericanos. 6.Chile puede comprarle a la región más de ocho mil millones de dólares anuales -mientras le vende sólo tres mil- gracias precisamente a que los acuerdos comerciales y nuestra política de apertura equilibrada al mundo obtiene superávit comerciales desde Estados Unidos, Europa y Asia, que volcamos por esta vía a América Latina. 7.Por otra parte, no obstante nuestra modesta realidad de un país de sólo seis mil dólares per cápita, hemos articulado programas de cooperación mediante becas y asistencia técnica a países de Centroamérica y de nuestro entorno, y recientemente hemos comenzado a responder a crecientes solicitudes de cooperación en materias comerciales y de promoción de exportaciones de diferentes países de la región. Asimismo, Chile preside en la ALADI el Grupo de Trabajo de Tecnologías de la Información y Comunicación y Comercio Electrónico, en cuyo marco acaba de hacer una propuesta fundamental para digitalizar todo el sistema de certificaciones de origen del intercambio comercial regional, lo que será para los sectores público y privado un cambio cualitativo de enorme trascendencia, para lo cual hemos comprometido, junto a otros países miembros, cooperación técnica pública y privada. La política exterior chilena tiene como prioridad real a la región, tanto en el orden político, como económico comercial. Nuestra apertura global no impide “ser protagonistas de alianzas de integración regional”. Lo somos, sin demasiada retórica, pero con hechos. Y para comprenderlo es importante destacar que para nuestro país está muy clara la distinción entre lo que es el comercio –que podemos tener con Estados Unidos, la UE, Japón, Corea y cualquier país del mundo- de lo que es la integración, que significa políticas comunes, cooperación, comercio y las libertades clásicas de circulación de personas, capitales, bienes y servicios, lo que sólo es posible construir con la región a la que se pertenece, y para lo cual hemos dicho y demostrado reiteradamente que estamos en condiciones de avanzar a la mayor velocidad y con toda la profundidad que el conjunto lo permita.

O'HIGGINS Y LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA

O'Higgins y la integración latinoamericana
por Héctor Casanueva
(Diario El Mostrador, Chile)

Los valores en nombre de los cuales lucharon nuestros próceres, incluso desde distintas posiciones y caminos: la libertad, la democracia, el Estado de Derecho, la función pública, la política al servicio de los ciudadanos, siguen siendo la única y sólida base sobre la que es posible construir sociedades estables, prósperas e integradas. El prócer Bernardo O'Higgins –cuya figura está emplazada en el frontis de la ALADI en Montevideo, junto a la de otros luchadores de nuestra independencia e integración - perfiló durante su desempeño como político, militar y estadista, tempranamente los componentes de una política exterior moderna, profundamente arraigada en los valores de la libertad y la democracia, fundada en la concepción republicana del Estado, asentada en su dimensión regional y consciente del valor de la integración de América Latina, abierta al mundo, con una vocación por la paz y la cooperación. Su visión despertó también –y está en el origen de nuestra preocupación por la proyección del país al Asia Pacífico- una vocación abierta al mundo con claras referencias comerciales y políticas con Europa y Estados Unidos, pero fuerte e indisolublemente arraigada en la historia, los sacrificios compartidos y un proyecto común con la región a la que pertenecemos. Revisando la importante documentación y publicaciones del Instituto O'Higginiano, entre las que cabe destacar la obra “O'Higgins, el Libertador”, de Jorge Ibáñez Vergara, podemos constatar su visión americanista en el ejercicio de las distintas responsabilidades públicas, en las que manifiesta y lleva a la práctica con firmeza y generosidad, pero sobre todo con gran capacidad política, una voluntad concreta de unión entre los pueblos de la América Hispana más allá de la coyuntura histórica de la lucha por la independencia. Esta perspectiva continental se muestra ya en la propia composición del Ejército de los Andes, en el que participaron junto a chilenos y argentinos, oficiales y soldados uruguayos y de otras nacionalidades, pero muy especialmente en la organización y composición de la expedición libertadora del Perú, cuyo significado político y estratégico era claramente percibido por O'Higgins y San Martín, desde el sur, y por Bolívar y Sucre, por el norte, ya que, como el propio O'Higgins señalara, el dominio de la costa americana del Pacífico era la base de la gesta libertadora de todo el continente, desde Panamá hasta Chile. Dicha empresa, para la que por su relevancia se empeñó en comprometer el financiamiento, hombres y pertrechos, no obstante le significó a nuestro prócer enfrentar duras y crecientes incomprensiones, que más tarde sirvió como uno de los elementos que precipitaron su decisión de dejar el poder y exiliarse en Lima. Desde allí continuó, hasta el momento de su muerte, contribuyendo con escritos y reflexiones epistolares, y en sus contactos con los próceres de los demás países, a mantener el espíritu unitario original. La dimensión política de O’Higgins, que fuera primero Alcalde y Diputado, posiciones desde las que propuso medidas simples pero efectivas de gran contenido social, y abogara tempranamente y con éxito por la creación de un Congreso Nacional como fuente de legitimidad del poder- adquiere su mayor estatura en el ejercicio de sus responsabilidades como Director Supremo de la Nación, título que en 1820 él modificara, dada su convicción republicana y para no dejar dudas frente a las corrientes partidarias de instaurar una monarquía, por el de “Supremo Director de la República de Chile”. En tal condición, ejercida en el marco de una constitución política, organizó la República, sus instituciones civiles y militares, su política exterior, la educación y la cultura -por ejemplo, reabrió el Instituto Nacional creado por Carrera y fundó la Biblioteca Nacional- promovió las artes y adoptó decisiones tendientes a crear jurídicamente la nacionalidad chilena, la igualdad ante la ley, la libertad de cultos. La dimensión americana de Bernardo O'Higgins reconocida por sus pares queda patente en los nombramientos y títulos que le fueran conferidos durante su vida militar y política: “ Gran Mariscal del Perú” , “General de los Ejércitos de la Gran Colombia”, “Brigadier de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. Sus fuertes convicciones republicanas y su capacidad para reconocer en cada momento el rol que le correspondía cumplir, quedaron patentes en sus actos como militar, como político y como ciudadano. Fue político cuando le tocó representar a su pueblo, militar cuando hubo que definir la independencia por las armas, estadista cuando había que fundar la República, integracionista cuando se trataba de construir una patria común sin olvidar la de origen, y ciudadano respetuoso de la autoridad cuando le correspondió retirarse de la vida pública. Un hecho lo retrata fielmente en lo señalado: viviendo en el Perú, fue invitado por Simón Bolívar al banquete de celebración del triunfo de Ayacucho, al que se presentó vestido de civil, lo cual el Libertador y amigo le hizo notar, ya que O'Higgins era miembro del Gran Consejo de Generales. O’Higgins respondió simplemente: “mi misión americana ha concluido, ahora soy sólo un ciudadano”. Sabemos que en su momento estos precursores fueron incomprendidos, se vieron envueltos a veces en la vorágine de las pasiones humanas, las intrigas, rivalidades y traiciones que se exacerban en circunstancias extraordinarias como las que les correspondió vivir. La vocación humanista que los inspiraba les permitió sobreponerse, vencer la inmediatez y trascenderla. En eso radica su heroísmo. Significativo y dramático es el hecho de que prácticamente todos – Artigas, San Martín, O’Higgins, Bolívar, Miranda- soportaron el dolor del destierro y la muerte lejos de su patria. Los valores en nombre de los cuales lucharon nuestros próceres, incluso desde distintas posiciones y caminos: la libertad, la democracia, el Estado de Derecho, la función pública, la política al servicio de los ciudadanos, siguen siendo la única y sólida base sobre la que es posible construir sociedades estables, prósperas e integradas. La integración, que fuera el sueño de estos ciudadanos americanos, es una deuda que las generaciones posteriores tenemos con ellos, con nosotros mismos y con nuestros hijos, que nos hemos demorado mucho en saldar. Ellos, como O’Higgins, supieron encontrar para sus ideales respuestas adecuadas a su época, pero que requerían una continuidad de generaciones, y por ello nos siguen convocando a ser capaces de encontrar también nosotros las respuestas adecuadas al Siglo XXI para completar la obra que iniciaron.

RELACIONES CON ARGENTINA. ¿QUÉ HACER?

RELACIONES CON ARGENTINA ¿QUÉ HACER?
Héctor Casanueva
(Diario La Tercera, Chile, julio 2006)

Las relaciones internacionales, como las inter-personales, son complejas pero se basan en principios simples: buena fe, claridad, cortesía y firmeza. Si es posible agregar el afecto, tanto mejor. El equilibrio entre ellos es la garantía de vínculos sólidos y duraderos, más allá de sobresaltos y problemas episódicos circunstanciales, porque nadie es perfecto. Pero eso es lo dificil, como está ocurriendo en nuestras relaciones con Argentina, aliado estratégico por voluntad de las partes, y vecino por voluntad de la geografía. No es el único caso que empaña la deseable integración latinoamericana, como se sabe, pero es uno de los que más nos afecta, porque pone en riesgo las bases materiales de nuestro desarrollo y nos obliga a redefinir la matriz energética y de proveedores para seguir creciendo de manera sustentable. Como para navegar en la globalización es preciso atender a la máxima de mirar el largo plazo para actuar en el corto, y pensar en global para actuar en local, las opciones que Chile elija para manejar la actual coyuntura con Argentina necesariamente van a tender a tres cuestiones básicas: la seguridad del abastecimiento de gas mientras vamos diversificando, sincerar la tantas veces mencionada relación estratégica precisando su contenido, y reforzar nuestra política de alianzas dentro de América Latina hacia el área andina, centroamérica y México. En lo inmediato, corresponde combinar el diálogo con la institucionalidad jurídica, como lo ha hecho para su bien Uruguay en el caso de las pasteras. Sin dejar de conversar e informarse, se puede recurrir -como acaba de mencionarlo la senadora Alvear- a los instrumentos existentes en los acuerdos bilaterales o a la OMC, lo que nos daría derecho incluso a aplicar medidas compensatorias. Y simultáneamente hacer uso del foro político del Mercosur para poner en evidencia junto a otros afectados el problema, e incluso aplicar algunas cláusulas del Tratado de Montevideo, por ejemplo para generar un debate de fondo en el seno de la ALADI que obligue a explicar cómo y por qué el gobierno argentino está vulnerando principios básicos y normas expresas del Tratado en perjuicio de todos, incluso de sí misma. Chile podría, en esta línea hacerle de paso un gran favor a la alicaída integración, pidiendo que se cite de manera extraordinaria a la Conferencia de Evaluación y Convergencia, órgano de los ministros de la ALADI, que tiene por finalidad precisamente “examinar el funcionamiento del proceso de integración……así como recomendar al Consejo la adopción de medidas correctivas de alcance multilateral” (art.33,a), TM80). Hay quienes creen inútil usar la institucionalidad regional, porque no se habría probado su eficacia. Al respecto hay que señalar que no es así. Chile incluso fue llevado hace poco a arbitrajes en el seno de la ALADI por Bolivia y Colombia, con fallos precisos y resueltos en plazos muy razonables. Y hay que agregar que tanto el MERCOSUR -donde nuestra presidenta va a plantear este tema- como la ALADI, son foros políticos en los que una buena presentación chilena no sólo puede aunar voluntades políticas para corregir el rumbo, sino que puede tener repercusiones importantes en los medios como para que la opinión pública perciba un gobierno en movimiento en todos los frentes en defensa de nuestros intereses de corto y largo plazo.

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VIGENCIA DE JACQUES MARITAIN

Vigencia de Jacques Maritain
por Héctor Casanueva

Las causas que originaron las reflexiones y las tesis de Maritain aún permanecen. En lo sustantivo son las mismas que afectan a la humanidad en el siglo XXI, incluso en cierto modo acentuadas después de la caída del comunismo soviético. Recientemente se cumplieron los treinta años de la muerte de Jacques Maritain, el filósofo del Humanismo Integral. Sus ideas sobre cómo superar el materialismo y el individualismo de nuestras sociedades, en cuanto filosofías de vida que generan la miseria, la desintegración social y las guerras, son una respuesta muy actual, que ya en su época, sobre todo en la primera mitad del siglo pasado, influyeron de tal forma en las juventudes y en los líderes políticos de Europa y Latinoamérica, que dieron lugar a experiencias concretas y resultados específicos. Las causas que originaron las reflexiones y las tesis de Maritain aún permanecen. En lo sustantivo son las mismas que afectan a la humanidad en el siglo XXI, incluso en cierto modo acentuadas después de la caída del comunismo soviético. Muchos de nosotros leímos a Maritain en los sesenta, en momentos de mucha efervescencia política y de posicionamientos irreductibles que ponían a prueba nuestras convicciones. En ese contexto recibíamos la influencia de acontecimientos externos tan relevantes como el Concilio Vaticano II, la invasión de Checoslovaquia, la división aparentemente definitiva de Europa, la guerra de Vietnam, los inicios del diálogo cristiano marxista -fuertemente debatido entre nosotros- y, en nuestra tierra, la gigantesca tarea emprendida por la Revolución en Libertad, a mi juicio una de las consecuencias más directas de la fidelidad al pensamiento de Maritain, que comprometió de golpe -como diría el filósofo- toda una concepción sobre el hombre y la sociedad, propuesta que despertó fuerzas dormidas en la base social y generó condiciones para la justicia social en democracia como nunca antes, junto a las reacciones de quienes querían impedir el avance, o quienes lo consideraban demasiado poco y demasiado lento. Para todo eso, para tener un referente filosófico, conceptual, un marco de análisis que nos permitiera comprender los fenómenos políticos y sociales, y a la vez cargarnos más de razón en nuestras convicciones, a las que -como suele ser- habíamos llegado por una mezcla de intuición, razonamiento propio y la convocatoria de esos líderes magníficos que forjaron la Patria Joven, para todo ello el maestro Jaime Castillo nos presentaba a Maritain, su pensamiento profundo y a la vez simple, la arquitectura conceptual que sostenía la tesis del “ideal histórico concreto”, la distinción clara respecto del capitalismo y del comunismo, y con enorme y persistente contundencia, el compromiso del cristiano con la transformación de un mundo materialista e injusto, al que no se debe acomodar ni resignar, para construir la sociedad comunitaria, una comunidad de comunidades, una ciudad de la amistad cívica, integrada, solidaria, equitativa. Maritain siempre ha sido considerado el inspirador de la doctrina de la DC chilena, cuyo continuador por excelencia ha sido Jaime Castillo Velasco. Estuvo atento al desarrollo de este partido y de hecho el filósofo y Frei Montalva mantuvieron una estrecha amistad y una importante correspondencia, como también la tuvo con Gabriela Mistral. El pensamiento de Maritain representa un referente doctrinario e ideológico para enfrentar las complejidades de la nueva era global, sus carencias y distorsiones, especialmente en cuanto a la necesidad de recuperar la ética en la política y en la vida social, adecuar los medios a los fines de bien común que se debe perseguir, y sentar las bases de una sociedad en la se concilien la dimensión material con la dimensión espiritual de la persona, para la vigencia simultánea de la justicia social con la libertad. Frente a las inequidades y angustias de una construcción global marcada por el individualismo y el materialismo, debemos rescatar el mensaje de Maritain sobre el capitalismo y sus alternativas, así como sobre la necesidad del compromiso político de los cristianos con la trasformación del orden temporal y la construcción de una nueva sociedad como un “ideal histórico concreto”, realizable, y no una mera utopía. Sociedad comunitaria, ideal histórico concreto, humanismo integral, conceptos maritainianos permanentes que constituyen un referente para derivar de ellos aplicaciones concretas al Chile y el mundo del siglo XXI, y que debemos reincorporar en nuestro discurso cotidiano, porque permiten mantener claro el horizonte de nuestra acción política y no nos dejan olvidar quienes somos y a lo que debemos aspirar. Sin embargo, ¡qué lejanos suenan estos términos en esta época, en la que con la muerte del comunismo, y la aparición, incluso entre nosotros, de un neosocialismo liberal que se acomodó al capitalismo, parecen haber muerto todas las utopías y sepultado los idealismos políticos! Pero debemos insistir, porque sólo en este contexto valórico las llamadas “decisiones técnicas” adquieren un sentido humanista y no se vuelven contra la persona. ¿Por qué es esto tan importante? Porque la principal consecuencia política de la pérdida del marco de referencia doctrinario, es la aceptación de que las soluciones a los problemas concretos de las personas son sólo una materia técnica, casuística y coyuntural, y por lo tanto las tareas del Estado deben quedar sólo en manos de los técnicos. El discurso del tecnocratismo se nutre de la complejidad de los problemas cotidianos y de la falta de adaptación del Estado a la velocidad del mundo actual. Pero sobre todo se nutre y siente avalado por el repliegue ideológico de los partidos de principios, cuando a ese discurso sólo buscan oponerle uno igual, también tecnocrático y eficientista, quedando embargados por una espiral de coyunturalismo y soluciones inmediatas, que sólo sirve para mantener el status quo. No obstante la experiencia mundial contemporánea muestra casi sin excepción, especialmente en América Latina, que la vía tecnocrática y coyunturalista ha fracasado y añadido más sufrimiento y postergación. Maritain fue un militante de la causa de los derechos humanos, de la paz y la cooperación internacional. Fue uno de los redactores de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, emitió programas para la resistencia francesa desde Estados Unidos (donde se encontraba haciendo clases al estallar la II Guerra), estuvo en Buenos Aires en 1936 e inspiró la creación del movimiento socialcristiano latinoamericano concretado en Montevideo en 1947. Desde su cátedra en universidades francesas, en Yale, Notre Dame, Princeton y Chicago, como desde las revistas y foros de intelectuales, y como embajador de Francia ante la Santa Sede, ante la UNESCO o invitado especial al Concilio Vaticano II, fue construyendo un paradigma para los cristianos disconformes con una sociedad desigual, agresiva,deshumanizada. La consecuencia entre pensamiento cristiano y acción política, y entre ética de los fines y los medios, y la adopción de un ideal histórico concreto: la sociedad comunitaria, es el propósito con el que nacieron los partidos demócrata cristianos europeos y latinoamericanos, y la propia DC chilena.
FIN

sábado, julio 15, 2006

LECCIONES DE LA CUMBRE DE VIENA UE-ALC

LECCIONES DE LA CUMBRE DE VIENA
Héctor Casanueva
(Diarios El Observador, Uruguay y El Mostrador, Chile)

Se dice que uno de los principales méritos de las reuniones cumbre de jefes de estado, es que se lleguen a realizar. Esto porque son una buena ocasión para el encuentro de las máximas autoridades de los países por las múltiples reuniones bilaterales que se originan. Es lo que pasó recientemente en Viena en la IV Cumbre Unión Europea-América Latina y el Caribe. Si medimos la reunión desde esta perspectiva, podríamos considerarla beneficiosa, ya que se produjeron unas ochenta bilaterales de los jefes de estado latinoamericanos entre sí y con los mandatarios europeos y comunitarios. No obstante, lo que tenemos que medir son los resultados vis a vis los objetivos, y ahí es donde podemos afirmar que se trató de una cumbre más, incluso menos gravitante que las tres anteriores. Porque lo que se acordó en 1999 en Río de Janeiro, en la primera reunión entre ambas regiones, fue el establecimiento de una “asociación estratégica”, basada en el diálogo político, el libre comercio y la cooperación, objetivo reiterado después en Madrid, Guadalajara y ahora en Viena. Pero más allá de la retórica, los buenos deseos y los abrazos, las concreciones dejan mucho que desear y nos hacen temer que entremos en una “fatiga de cumbres” que vaya descafeinando progresivamente nuestras relaciones.

La voluntad europea de avanzar en esta asociación estratégica está contenida en un documento presentado por la Comisión en el que hay algunos anuncios interesantes, y otros más que nada declarativos. Desde luego, el hecho de que la UE llegara a Viena con una propuesta unitaria, consensuada y en la que participaron el ejecutivo europeo y el Parlamento, contrasta dramáticamente con la falta de unidad en el planteamiento latinoamericano, una fragmentación de nuestras posiciones que impide avanzar.

La Declaración de Viena, de 59 puntos (más corta, por lo menos, que la de Guadalajara, que tenía más de cien) y los anuncios realizados al finalizar la cumbre muestran algunos avances:

1. Hay acuerdo en iniciar negociaciones comerciales y de cooperación con Centroamérica y Panamá.
2. Se continuará con las negociaciones comerciales y de cooperación con la Comunidad de Estados del Caribe.
3. Se evalúa muy positivamente el desarrollo de los acuerdos existentes con Chile y México.
4. Habrá una profundización del Acuerdo de Asociación UE-Chile.
5. Se avanzará en la creación del Espacio Común de Educación Superior.
6. La UE espera recibir no menos de 4.000 becarios latinoamericanos anuales en universidades europeas. Pocos, según el Parlamento.
7. El Banco Europeo de Inversiones (BEI) participará con un fondo de cuatro mil millones de Euros en proyectos de infraestructura en nuestra región para apoyar la integración física.
8. La UE se plantea llegar en el 2010 a aportar el 0,56% del PIB y en el 2015 alcanzar la meta histórica del 0,7% del PIB en ayuda oficial al desarrollo.
9. Se intensifica el propósito de cooperar en la lucha contra la pobreza.
10. La cohesión social y la integración regional siguen siendo pilares de la asociación estratégica birregional.

En el déficit de la Cumbre, debemos anotar la postergación del inicio de negociaciones UE-Comunidad Andina, motivada por el desorden interno de este esquema debido al retiro de Venezuela, las dudas de Bolivia y los TLC en marcha de Colombia, Perú y Ecuador (aunque este último esté momentáneamente suspendido por el problema con la petrolera Oxy). Asimismo, no se logró el tan esperado cierre de negociaciones UE-MERCOSUR, complicado tanto por los problemas internos de éste, como por la imposibilidad de consensuar una apertura equitativa.

Pero además de estos hechos puntuales, hay que hacer una reflexión de fondo sobre las futuras relaciones UE-ALC y los objetivos de la siguiente cumbre a realizarse en dos años más en Perú. En efecto, esta asimetría del diálogo entre dos regiones, una con posiciones comunes y la otra desarticulada, impide que se llegue a estructurar realmente una agenda sustantiva, que involucre responsablemente a todos los actores. La propia UE ha debido optar por diferenciar sus relaciones con América Latina, mediante estrategias específicas por subregión y por países, pero el problema es que esta postura europea –forzada por nuestra fragmentación- no es funcional para el desarrollo latinoamericano. Refuerza el camino de un desarrollo disímil y diacrónico por el que avanzan unos sí y otros no, cuando -como lo ha demostrado palmariamente Michael Porter, entre otros- los procesos son sistémicos y la competitividad es integral. Nada sacamos con que un país o una subregión avancen si su entorno no lo hace, ya que en definitiva no se lograrán las sinergias necesarias para competir en el complejo mundo internacional actual. Por lo tanto, una agenda común de toda la región para pactar una asociación con la UE para el desarrollo regional es indispensable. Hay, entonces, tareas por cumplir para que la próxima Cumbre UE-ALC logre consolidar esta alianza en una perspectiva de largo plazo, coherente y sistémica, orientada a lo que necesitamos: desarrollar nuestra competitividad para poder crecer y distribuir, único camino para derrotar sustentablemente la pobreza y llegar a la cohesión social. Pero tenemos que estar integrados, ya que la mayor responsabilidad está de nuestro lado. Los organismos de integración permanentes, como la ALADI, y de estudios y elaboración de políticas, como la CEPAL, en un esfuerzo conjunto, con la base política del Grupo de Río, tienen que ponerse a trabajar desde ahora para perfilar de una vez por todas una agenda y una propuesta común que llevar a la Cumbre de 2008.

jueves, julio 13, 2006

PROBLEMA DEL GAS CON ARGENTINA.Entrevista EL MOSTRADOR

"La decisión del gobierno de Kirchner de subir el precio de la bencina a los vehículos con patente extranjera, vulnera el principio básico del 'trato nacional'. Eso ya da lugar a tomar ciertas acciones. Chile debe estudiar una queja ante la OMC (Organización Mundial de Comercio) por el alza del precio de la bencina.El país debe tomar medidas de corto y largo plazo para salir del impasse con Argentina (en materia de gas natural y bencina), las autoridades locales no deben olvidar que el gobierno de Néstor Kirchner necesita de Chile para salir al Pacífico. "Al antiguo problema del gas natural, ahora se acaba de sumar el problema del alza de la bencina. Ese es un tema netamente comercial, y que atenta contra uno de los principios básicos del comercio internacional y de todos los TLC, que es el principio del 'trato nacional'. Esto quiere decir que siempre, en el territorio de un país, se le debe aplicar a los nacionales y a los extranjeros, la misma legislación y las mismas medidas. Entonces, cobrarle a los vehículos extranjeros un impuesto especial por la bencina... Eso ya da lugar para que Chile haga un reclamo ante organismos internacionales, como puede ser la Organización Mundial de Comercio (OMC), y en eso no va a estar solo.En segundo lugar, Argentina perdería, definitivamente, un buen cliente. Y, tercero, en lo puntual, el alza descriminatoria de la bencina afecta sobre todo a Mendoza, que desde hace unos años vive del turismo automotor chileno. Pero también afecta además a sus socios del Mercosur, especialmente Brasil, que apostó a una alianza como esquema subregional con Chile, en la perspectiva de abrirse camino hacia el Pacífico, a través de Argentina".
Debería colocarse sobre la mesa, no sólo como gobierno chileno, sino como país, el que se comprenda en todo Argentina que la medida arbitraria de subir la bencina los perjudica más a ellos. "En lo coyuntural Chile debe actuar ‘en corto‘ y pensar ‘en largo‘. Lo primero es que debe seguir con el diálogo con Argentina, pero mirando el largo plazo. Es decir, diversificar proveedores, diversificar la matriz energética. Y, al mismo tiempo, observar las alianzas estratégicas que le puedan resolver los ‘cuellos de botella‘ que actualmente tiene".
Si se trata de recurrir, en el corto plazo a un organismo de controversia, los caminos "que se abren son varios. Por supuesto que está la OMC, la Aladi, y los actuales protocolos firmados con Argentina. No sólo el gasífero de 1995, sino el Acuerdo de Complementación Económica, que tiene un capítulo de solución de controversias". "Tal como lo dijo la Presidenta Bachelet, Chile debería hacer presente este malestar en la reunión de Mercosur. Esto podría tener un efecto político muy grande. Primero, porque representaría un paso adelante del país al colocar la discusión política en otro nivel. Apelando a lo que es el marco jurídico que regula las relaciones entre Chile y Argentina"