martes, octubre 13, 2009

EL SI DE IRLANDA Y NUESTRA INTEGRACIÓN


Santiago de Chile, 07 de Octubre de 2009
El sí de Irlanda y nuestra integración
Por Héctor Casanueva*
“Fuera de la UE hace mucho frío”, ironiza un editorialista del diario español “El Mundo” a propósito del contundente resultado del referéndum irlandés favorable al Tratado de Lisboa, que revierte la negativa de hace un año, dando un claro respaldo al proceso de institucionalización de la Europa política. Este resultado pone en tierra derecha la próxima aplicación del Tratado, aún cuando están pendientes las firmas de Polonia y la República Checa, cuyos parlamentos ya lo ratificaron. No deja de tener razón la ironía del editorial, pues el temor a quedar fuera del paraguas comunitario, que ha permitido capear mejor y atenuar los efectos de la crisis financiera, ha sido sin dudas un factor importante en la decisión. Pero no es toda la explicación, y en cierto modo este presunto voto del miedo -como los euroescépticos lo califican- responde a una toma de conciencia colectiva de la importancia de la integración en un mundo incierto, altamente competitivo y con nuevos desafíos globales.
Esta vez los líderes europeístas debieron explicar mejor a sus ciudadanos los alcances del proceso en marcha, y obtener de los demás países comunitarios las garantías suficientes en materia de soberanía. Pero sobre todas las cosas, tanto los líderes irlandeses, como los de toda Europa, debieron emplearse a fondo en una pedagogía política que señalara rumbos más allá de la coyuntura y lograra instalar una reflexión prospectiva acerca del futuro esperable con y sin integración.
La clave de todo este proceso, y la apuesta política que viene desde los orígenes, es tan simple como efectiva: la unión hace la fuerza, especialmente cuando la globalización exige posicionarse y competir desde espacios integrados, porque la competitividad es sistémica. Y del mismo modo que en sus inicios la integración europea se planteó en lo político como un proyecto de paz, democracia y cooperación, y en lo económico como una respuesta a la competencia de Estados Unidos y del Asia emergente, hoy el proyecto para reforzar la Unión tiene que ver con las nuevas realidades y desafíos de la globalización: el crecimiento de China e India, el cambio climático, la sustentabilidad global del desarrollo, la paz y seguridad global, los avances científicos. Por eso con el Tratado de Lisboa las instituciones comunitarias se verán reforzadas, especialmente el Parlamento Europeo, que intervendrá directamente en las decisiones sobre la agricultura, la pesca, los negocios, la policía y la justicia, y tendrá más influencia en la elección de la Comisión (el ejecutivo comunitario), pero al mismo tiempo los parlamentos nacionales tendrán más control en la elaboración de la legislación europea. También habrá un presidente de la UE para tener una sola voz frente al exterior. Y el tema de la competitividad -con sus dimensiones sociales y económicas- será sin duda central.
¿Y cómo andamos por casa? Algunos dirán que no debemos comparar nuestro proceso latinoamericano con el europeo, pues son realidades distintas. Es verdad, hay muchas diferencias, pero los desafíos son los mismos y el camino de la integración una necesidad evidente. No es necesario seguir el modelo, pero si el ejemplo de la Unión Europea. Es decir, lo que no debemos seguir haciendo -tal vez ese fue nuestro primer y definitivo error- es tratar de copiar el modelo de la UE y confundir la integración con una determinada y única forma institucional de lograrla.
A similares desafíos se puede responder con un diseño político, económico e institucional diferente. Por ejemplo el Asia ha adoptado una forma de integración basada en la convergencia unilateral. Nosotros, en los ochenta adoptamos un modelo de bilateralismo convergente al que no le sacamos el partido previsto.
Actualmente, seguimos insistiendo en diseños homogeneizadores cuando por otra parte los países buscan elegir caminos propios para su inserción internacional en la globalización. ¿Cuál es el ejemplo de Europa que a nuestro juicio deberíamos seguir? Me atrevo a formularlo de este modo: avanzar integrando lo integrable, pero de manera irreversible, haciéndose cargo en cada caso de la diversidad, generando sólo aquella institucionalidad común imprescindible para hacer mejor lo que los estados o las regiones no pueden hacer por si solos (principio de la subsidiaridad muy bien expuesto en un reciente artículo de la profesora Encarna Hernández, de la Universidad de Murcia), generando los consensos para el máximo común denominador. Habiéndose iniciado los procesos de integración en simultáneo en Europa y en América Latina en los años cincuenta, nuestra capacidad para crear nuestro propio modelo y avanzar en ello ha sido muy limitada, y las diferencias están a la vista. Lo de Irlanda, el antes y el después, sus por qué y como, así como sus consecuencias, no son en absoluto lejanos y deberían ser fuente de reflexión por estos lados.
*Héctor Casanueva es Director Ejecutivo del Centro Latinoamericano para las Relaciones con Europa (CELARE).

Etiquetas:

jueves, octubre 01, 2009

SEGURIDAD ALIMENTARIA Y POLÍTICA INTERNACIONAL

EL MOSTRADOR
Seguridad alimentaria y política internacional
Por Héctor Casanueva
Santiago de Chile
28 de Septiembre de 2009
Alimentar a los nueve mil millones de personas que poblarán la tierra de aquí al 2050 constituye probablemente el mayor desafío que debe enfrentar desde ahora la comunidad internacional. Algunos dirán, como en el Burlador de Sevilla: "¡cuán largo me lo fíáis!!". Pero veamos: actualmente somos seis mil quinientos millones, y ya vivimos una crisis alimentaria de proporciones, al punto que algunos señalan que la principal especie en peligro de extinción, por lo menos en gran parte de África, es la especie humana. Pero no se trata solamente de la cantidad de alimentos que es necesario producir, sino de qué tipo, como, con qué y para quienes se producen. Es una cuestión de desarrollo productivo y de comercio internacional, finanzas, ciencia y tecnología. Pero sobre todo es un tema global que afecta a la política exterior de los países y la arquitectura del sistema internacional. Porque todo ello remite finalmente al medio ambiente y el cambio climático, lo que en definitiva tiene que ver con la sustentabilidad del desarrollo.
Y este es hoy el tema central de la agenda internacional y de la gestión de la política exterior, superada en sus límites decimonónicos con la emergencia de los desafíos globales que exigen un nuevo diseño de las relaciones internacionales. Este año se realizarán dos cumbres mundiales que dan cuenta de la magnitud del desafío y la necesidad de avanzar desde ya en políticas, estrategias e instrumentos de alcance global: la de Seguridad Alimentaria, en Roma en noviembre próximo, y la de Cambio Climático, en Copenhage, en diciembre. Todas estas situaciones que afectan globalmente no sólo tienen que ver con soluciones técnicas y especializadas de alcance sectorial. Para ser enfrentadas requieren fundamentalmente de un ambiente internacional cooperativo y solidario, de relaciones fluidas y dinámicas entre los nuevos y múltiples actores emergentes a la vida internacional en un mundo global, que los Estados con su política exterior deben contribuir a construir y canalizar.
Hasta ahora, por lo menos en la percepción de la opinión pública y en muchos de los actores políticos, la política exterior y los temas del medio ambiente y sectores como la agricultura son vistos de manera separada, como en diferentes compartimientos que sólo se tocan tangencialmente. Volviendo a lo dicho inicialmente, la mirada prospectiva indica que si la comunidad internacional no logra enfrentar desde ahora, coordinadamente y de forma solidaria, el desafío de la alimentación en el mundo, con sustentabilidad, haciéndose cargo del medio ambiente, las consecuencias pueden ser desastrosas. Desde luego la escasez de agua y de tierras cultivables ya está presente en las hipótesis de conflictos bélicos. Las migraciones masivas desde zonas desertificadas y degradadas, las nuevas patologías agropecuarias internacionales y las enfermedades producidas por la malnutrición, son cuestiones ya presentes que se van a intensificar en la medida que aumenta la población especialmente en las zonas más deprimidas del planeta, y van a vulnerar la estabilidad y la paz social en el mundo. Este es, ante todo, un desafío político. Mucho se ha dicho sobre la superación en el siglo XXI del Estado-nación como único actor internacional, debido a la irrupción de la sociedad civil organizada, como las ONGs, las universidades, los poderes locales o las empresas. No cabe duda que ya no es el único actor, pero su rol es insustituible como representante del bien común, sólo que ante las nuevas realidades globales debe adaptar el diseño y la gestión de la política exterior, entendiendo que ahora son otros los temas centrales de la agenda, que exigen también una nueva diplomacia.

Etiquetas: , ,