domingo, agosto 20, 2006

AMÉRICA LATINA, UNA COMUNIDAD DE COMUNIDADES

AMÉRICA LATINA, HACIA UNA
COMUNIDAD DE COMUNIDADES
Héctor Casanueva

La integración es un proyecto político, con base económica, sustentado en la cooperación. Si falta uno de estos elementos, estamos en presencia de un déficit de integración.

Es el caso de América Latina, y dentro de ella, de los esquemas sub-regionales y agrupaciones plurilaterales. Hasta ahora han primado más los aspectos arancelarios por sobre la cooperación en la rica gama de temas que podrían potenciar a la región en un complejo Siglo XXI.

La integración propiamente comercial ya está prácticamente finalizada. Ante el agotamiento de la vía puramente comercial, es preciso entrar francamente en una nueva fase política del proceso, para cumplir con los objetivos fundacionales.

El déficit de integración

Asumir la corrección del déficit de integración que aún tenemos, y que atenta contra una positiva inserción internacional de la región, permitirá tener una voz potente que se respete no sólo por el peso económico que nos daría la unión latinoamericana, sino también por la posibilidad de que la cooperación entre nuestros países genere la estabilidad política, el desarrollo institucional y la capacidad propositiva que necesitamos en el concierto mundial.

En esto no hay que equivocarse: la dimensión política del proceso es la que permitirá producir las sinergias en todos los campos necesarios. Es decir, más allá de lo arancelario-comercial, explicitar la voluntad de asumir la integración energética, la integración financiera y la integración física, pero sobre todo el avance hacia formas cooperativas entre los estados para resolver controversias, complementar las estructuras productivas, y abordar todos los aspectos que coadyuvan a tener proyectos comunes y posiciones internacionales compartidas.

Estamos hablando de lo que es la esencia de un proceso de integración: un proyecto político sinérgico, con base económica para la paz y la cooperación, con el fin de obtener un desarrollo social equilibrado y sostenible.

Es evidente que de haber existido en Latinoamérica un verdadero proceso de integración, las devaluaciones de la pasada década, las crisis de pago, la crisis regional de energía, los problemas de infraestructura, de telecomunicaciones e interconexiones eléctricas que restan competitividad a nuestras empresas, no se habrían producido, o habrían tenido un impacto bastante menor y desde luego se habrían administrado de otra manera.

Lo mismo cabe decir de los centenarios desencuentros de que la región está plagada y que generan suspicacias y animosidades atentatorias contra la necesaria unidad.

Hacia la “Comunidad de Comunidades”

Ahora bien: la realidad de nuestro proceso ha ido configurando, por la propia idiosincrasia y nuestra cultura forjada en el mestizaje cultural europeo-indígena americano, unas agrupaciones de países por proximidad geográfica, por cultura común y también por problemáticas y aspiraciones comunes, que poco a poco se van constituyendo en comunidades en si mismas. Es el caso de la Comunidad Andina, del Sistema Centroamericano, del MERCOSUR, y de tantos relacionamientos cooperativos como necesidades a cubrir.

Esta constatación de la diversidad de esquemas de integración suele tener una lectura más bien negativa, porque se piensa que la integración debe ser “homologadora” y constituirse en un espacio uniformador. Nos parece que no debe ser visto con ese enfoque, ni puede ser el objetivo. Para nosotros la gran integración latinoamericana se producirá mediante la armonización de los esquemas existentes, en un marco básico común.

Aquí es donde procede que hagamos nuestro aporte desde la visión política demócrata-cristiana, que cree en el valor de las sociedades intermedias, en el comunitarismo como forma de articulación social natural, que respeta la diversidad y la más amplia libertad de las personas y los grupos sociales –y en este caso los grupos de países- para crear sus espacios de vida, articulándose en un espacio común que los potencie y proteja.

La idea inspiradora de Jacques Maritain, de la “Comunidad de Comunidades” puede ser el referente para que en América Latina avancemos en el proceso de integración, respetando y potenciando las agrupaciones que los países han ido creando a lo largo de la historia, especialmente en el Siglo XX. Si tenemos este enfoque, la creación de instituciones comunes para desarrollar el proceso de integración, y la integración misma, será entendida como un paso natural hacia una gran comunidad de comunidades latinoamericana.

viernes, agosto 11, 2006

CHILE Y LA IGNORADA COMUNIDAD ANDINA

CHILE Y LA IGNORADA COMUNIDAD ANDINA
Héctor Casanueva
(Diario La Tercera, Chile, 09 de agosto, 2006)

La Comunidad Andina (CAN) es –pese a lo que se suele creer- lo más parecido a la Unión Europea, haciendo salvedad, por cierto, de su peso político y económico. Desde su creación por el Acuerdo de Cartagena de 1969 suscrito entre Bolivia, Chile, Colombia, Ecuador y Perú -y a pesar del retiro de Chile en 1976- este esquema de integración ha seguido lenta pero sistemáticamente los pasos de la Comunidad Europea, y se ha dotado de una institucionalidad muy similar a ella. Podrá decirse, con razón, que el grado de profundidad de su organización, y de sujeción de los miembros a la misma, dista de tener los parámetros de su similar europea, pero sumando y restando, la CAN funciona razonablemente como una unión aduanera, su comercio interno está liberalizado y circula libremente, cuenta con un acervo normativo común avanzado, y una institucionalidad política decisoria configurada en el Sistema Andino de Integración, con un Tribunal de Justicia Andino con jurisdicción en toda el área, que opera como tribunal superior para todos los jueces en aquellas materias relativas a los tratados (si bien sus resoluciones tienen todavía un nivel de acatamiento no superior al 60%, que no es poco). A ello se agregan la Corporación Andina de Fomento (CAF), creada a semejanza de nuestra CORFO, entidad financiera de proyectos regionales que cuenta con la más alta calificación internacional; el Convenio Andrés Bello al que ya pertenecen incluso países de fuera del área; y el Convenio Hipólito Unanue de coordinación en salud. Si bien el retiro de Venezuela le resta densidad e introdujo dudas de viabilidad de largo plazo, todo parece indicar que sigue siendo un área con fortalezas considerables. Por algo será que la Unión Europea empezará a negociar con ella un acuerdo de asociación y Estados Unidos se esté vinculando a sus miembros mediante TLC similares a los de Chile.

Es muy bueno que la anunciada asociación de Chile y la nueva geometría de la integración regional que va emergiendo, hayan puesto por fin en los titulares a esta agrupación, desconocida y en cierto modo minusvalorada por estos lados. Algunos interpretan que el acercamiento a la CAN es para compensar la baja en las relaciones con Argentina o el mayor peso político del Mercosur con Chávez. No nos parece que deba ser visto de esa manera. La acertada decisión del gobierno, de re-integrarse en una condición sui-géneris –país asociado- se venía evaluando mucho antes, y radica en la catalización de una visión estratégica de nuestra proyección al Asia, para la que se requiere mayor densidad productiva, de mercados y extensión geográfica, incluso hasta México; y en la profundización de aquellos aspectos sistémicos de la integración regional –energía, infraestructura, estabilidad macroeconómica, seguridad- que tienen que ver con la competitividad necesaria para insertarse en la globalización. En esta perspectiva, siendo Chile además asociado al Mercosur y con un Acuerdo Estratégico con México, adquiere un nivel de compromiso con América Latina desde el cual aportará al desarrollo del conjunto y recibirá los beneficios de largo plazo de una región integrada y más competitiva.