miércoles, julio 25, 2007

LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA: ENTRE IONESCO Y KAFKA


LA INTEGRACIÓN LATINOAMERICANA: ENTRE IONESCO Y KAFKA
Héctor Casanueva
Vicerrector Académico de la Universidad Miguel de Cervantes.
Vicepresidente de Política y Espíritu

La integración latinoamericana avanza poco, pero hay que seguir intentándolo. Por ahora, está desorientada y sobre todo parece discurrir como si fuera una obra de Ionesco dirigida por Kafka. Hace poco tiempo, Venezuela dinamitó la CAN retirándose para ingresar al MERCOSUR, lo que generó una fuerte crisis de los andinos, de la que ha costado recuperarse, ya que el retiro de ese país no sólo tiene consecuencias comerciales, sino fundamentalmente políticas. Pero ahora resulta que Venezuela tampoco está muy segura de querer formar parte del MERCOSUR, que ha hecho grandes esfuerzos para abrirle el espacio económico-comercial, y sobretodo político, al régimen de Chávez. Pero a Chávez no le gusta la CAN y tampoco el MERCOSUR, sino que prefiere el ALBA, o la UNASUR, porque en esos esquemas puede supuestamente moldear la integración regional según sus propios parámetros. En ese propósito cuenta, aparentemente, con Bolivia y Ecuador, lo que sin embargo tampoco está tan claro, ya que estos dos países han decidido fortalecer la CAN, avanzar en las negociaciones con la Unión Europea y mantienen una prudente política no directamente confrontacional con Estados Unidos, que acaba de renovar por un tiempo las preferencias comerciales a los andinos. Perú y Colombia ya han advertido de su intención de negociar con la UE separadamente del grupo si es que no hay consensos básicos. Lo mismo respecto de sus TLC con Estados Unidos.

En materia financiera, se pretende crear el Banco del Sur, superpuesto al mejor instrumento financiero de la región, la Corporación Andina de Fomento (CAF), en lugar de fortalecerla como sería lo más lógico. El proyecto IIRSA, mientras tanto, no logra pasar de la sumatoria de acciones de los países y entrar en una verdadera iniciativa supranacional. La libre circulación de bienes, servicios, capitales y personas no existe, a pesar que ya en el marco de la ALADI se ha liberalizado más del 90% de los intercambios de bienes, pero no se logra entrar en los servicios. La certificación de origen sigue sin digitalizarse en la mayoría de la región, y los instrumentos financieros no circulan entre los países.

Mientras tanto, en el seno del MERCOSUR crecen las suspicacias con Brasil, que hace poco inició la “diplomacia del Etanol” con Estados Unidos, y se apresta a ser socio “estratégico” de la Unión Europea, todo ello sin mayores consultas a sus socios. Las consecuencias de la política exterior de Brasil para el MERCOSUR y la región en su conjunto pueden ser positivas, como también pueden no significar nada más que un mejor posicionamiento unilateral. Está por verse. Lo extraño, por decir lo menos, es que estas movidas se produzcan fuera del contexto de una alianza que se supone vital como proyecto político de integración de largo plazo.

La cumbre semestral del MERCOSUR, realizada recientemente en Asunción, estuvo centrada en temas claves para el funcionamiento del grupo, como son las asimetrías, la complementación productiva, la libre circulación de bienes, las normas de origen y las negociaciones con la Unión Europea. No obstante, otros temas que complican gravemente al grupo, como las disputas argentino-uruguayas o la incorporación de Venezuela, no formaron parte de la agenda oficial de la cita. De ahí la insatisfacción generalizada, que no refleja la declaración de los presidentes, pero que está en la prensa, en las opiniones de los actores sociales y empresariales y en las de algunos de los propios protagonistas gubernamentales.

Hace unas semanas la presidenta Bachelet participó en la cumbre de la Comunidad Andina (CAN) en Tarija, en la que ocurrieron dos hechos relevantes para nuestro país: la incorporación de Chile a esa Comunidad con estatus de asociado y el lanzamiento de las negociaciones de la CAN con la Unión Europea. Ambas situaciones están conectadas, y así lo quieren ver los gobiernos andinos, puesto que el ingreso de Chile, que ya tiene un exitoso acuerdo con la UE, junto con otorgarle mayor densidad política al grupo, genera una instancia de cooperación chilena para trasmitir experiencias sobre el proceso negociador con el viejo continente, que para los andinos se anticipa complejo y laborioso. Pero más allá de esto no hay mucho que destacar.

¿Qué hace Chile en este contexto? Es una pregunta clave, pero de fácil respuesta: tratar de ayudar sin dar lecciones ni pretender liderazgos más allá de lo que nos pide el ex ministro mexicano Castañeda: “liderazgo conceptual”. Porque efectivamente, para nuestra país es clave que la región se integre, viva en paz, cooperen los países y se fortalezca la capacidad competitiva del conjunto frente a las otras zonas del mundo. El hecho de que la integración no avance como se debe, y que el vecindario esté complicado políticamente por Chávez, no es motivo para aislarse del grupo, sino al revés, constituye un acicate para Chile, pues su propia estrategia de inserción global está en juego si la región está con problemas.

Y es que, si bien todos los problemas e incoherencias anotadas sobre la integración son reales, también es cierto que hay muchos aspectos de la misma que siguen avanzando -se diría que incluso “a pesar” de las cumbres- a través de los acuerdos en el marco del Tratado de Montevideo, de los grupos de trabajo del MERCOSUR político, del Convenio Andrés Bello, del Hipólito Unanue, y muy especialmente a través de los nuevos actores como las universidades, las ONG, los municipios, las regiones, las empresas.

¿Qué es lo que falta? Se ha dicho muchas veces: liderazgo de los gobernantes, con visión estratégica, como la tuvieron los libertadores, como la hubo en los sesenta, como la hay en la Unión Europea, que acaba de dar una nueva lección de sensatez en su reciente cumbre para avanzar en el Tratado de la unión política.

Tal vez deban ser los nuevos actores internacionales, como las ONGs, las universidades, las empresas, la sociedad civil, los que empujen a sus gobernantes a estar a la altura de las circunstancias.

FIN

EL BICENTENARIO DE IBEROAMÉRICA

EL BICENTENARIO DE IBEROAMÉRICA
Héctor Casanueva*

¿Cuándo nace Iberoamérica? ¿Con la llegada de Colón, con la de los conquistadores, con la independencia de las colonias, con la fusión progresiva de personas y culturas? La respuesta es de por sí un buen tema para abordar con España y Portugal, no sólo por su evidente interés histórico, sino por una necesidad existencial de futuro. La pregunta por el origen es la pregunta por la identidad, por lo que somos y podemos llegar a ser. Cuestión esencial que cobra mayor urgencia para los iberoamericanos de este lado del Atlántico (del “charco”, dicen graciosamente en España) que recibimos la globalización sin saber muy bien cómo insertarnos, desde qué bases y con qué parámetros.

Podríamos decir que Iberoamérica nace con la globalización, si aceptamos que ésta nació, a su vez, con el descubrimiento para Europa de las Indias Occidentales, con lo que el mundo se completó.

Pero tal vez todavía no exista una realidad sociológica y cultural llamada Iberoamérica. Tal vez sea una identidad en construcción, sobretodo ahora que comienzan a aflorar después de siglos las identidades autóctonas subsumidas en una cultura occidental superpuesta, de la que no obstante han asimilado irreversiblemente muchos de sus valores. Y viceversa.

¿Qué es lo que define una identidad común? Desde luego una historia compartida. Entre 2009 y 2021, dieciocho países norte, centro y sudamericanos celebraremos doscientos años de independencia de España y Portugal, que dominaron la región por tres siglos produciendo un mestizaje étnico-cultural, que en los doscientos años posteriores se consolidó. También la define un presente compartido, que para los países de este lado del charco se evidencia en el subdesarrollo y la marginalidad internacional. Y ahí empezamos a separarnos con los ibéricos, porque su presente, plenamente incorporados a la UE, no coincide necesariamente con el nuestro, como se puede apreciar en los temas comerciales y geopolíticos. Y definitivamente lo que afianza una identidad es la sumatoria de un pasado, un presente y un futuro común. Es el ejemplo de la identidad Europea, que encuentra su plena expresión política, cultural y económica cuando se integra en un proyecto común. Y aquí es donde está para nosotros el principal problema: carecemos de un proyecto común, tanto de los propios países latinoamericanos -que aún no logramos integrarnos- como de los países ibéricos con nosotros como comunidad ibero-americana.

En 1992, raíz de la conmemoración del Quinto Centenario, se creó una “Comunidad Iberoamericana”, que se reunirá este año en Chile. La pregunta que ronda desde hace tiempo es: ¿reunirse para qué? Razones hay, la cooperación es una de ellas. ¿Pero podemos pensar en algo más? Muchos coincidimos en la mutua necesidad de Europa y América Latina de unirse para posicionarse mejor en la globalización y gestionar juntos el futuro. En Europa, a través de los países ibéricos, hay parte de nuestro origen y también parte de nuestro futuro. España y Portugal están entre dos comunidades, y esa es suficiente razón para servir de nexo y consolidar con nosotros un proyecto común. La proximidad del bicentenario es una buena ocasión para empezar a hacerlo.

* Vicerrector Académico de la Universidad Miguel de Cervantes. Ex embajador de Chile.